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El Mensaje de 1888 para la Iglesia Adventista Del Septimo Dia
1888 RE-EXAMINADO, por Robert Wieland CRISTO NUESTRA JUSTICIA por Arthur Daniells Cuarenta Anos en el Desierto, Taylor Bunch Lo que todo adventista debería saber sobre 1888 (Arnold V. Wallenkampf) E. White apoya el mensaje de Waggoner y Jones
Este concepto de la justicia de Cristo no fue bien recibido por el pastor Butler, presidente de la Asociación General, quien polemizó con Waggoner (Butler, The Law in Galatians, p. 58, y Waggoner, The Gospel in Galatians, p. 62). Fue asimismo mal recibido por otros que escribieron cartas de queja a E. White, en relación con la enseñanza de Jones y Waggoner. Ella replicó con energía en un sermón matinal en Battle Creek, titulado "Cómo tratar un punto doctrinal controvertido":
Durante toda la década de los 90, E. White manifestó su apoyo inequívoco a ese concepto clave del mensaje de 1888. En ninguna de sus incontables declaraciones de apoyo al mensaje se puede encontrar la más leve insinuación de haber sostenido reservas sobre ese ingrediente fundamental. En febrero de 1894 publicó un folleto titulado "Cristo, tentado como nosotros":
Y si Cristo, tal como ella afirma a partir de la Biblia, fue tentado como lo somos nosotros, ¿a qué deducción se llega con ello? Sin duda debe querer decir ni más ni menos que lo que dice:
En la página 32 de El Deseado de todas las gentes, expresó a los lectores de todo el mundo sus convicciones, escritas después de 1888. En ninguno de sus anteriores escritos había expresado la idea con tal fuerza y claridad:
¿Tomó Cristo la naturaleza impecable de Adán antes de la caída [transgresión]? Fue "hecho de la simiente de David según la carne" (Rom. 1:3). No fue creado como una réplica de Adán -formado de nuevo del polvo de la tierra, con el soplo de vida insuflado en su nariz-. Fue "como cualquier hijo de Adán", aceptando "los efectos de la gran ley de la herencia". La gloriosa paradoja debe contemplarse siempre en su pureza y claridad:
Es manifiesto el énfasis en sus escritos, después de 1888. Por ejemplo:
El error resulta siempre divisivo. La verdad es unificadora. Jones y Waggoner estuvieron en perfecto acuerdo entre ellos en sus exposiciones de la justicia de Cristo. Es realmente sorprendente que dos hombres con temperamentos tan dispares pudiesen atravesar el laberinto de las trampas teológicas ocultas que aguardan a todo el que se entrega al estudio de esos temas, y sin embargo permanecieran en tal unidad vital. Ellos creían en la unidad, apelaron a la iglesia a mantenerse unida, y demostraron admirablemente su unidad, en la época en la que su mensaje fue el tema crítico que la iglesia afrontaba. Su preocupación no era el desgranar matices teológicos, ni explayarse en dificultades semánticas. Por encima de todo eran mensajeros, reformadores, evangelistas, sintiendo la responsabilidad de llevar a término la obra de Dios en su generación. El objetivo de su teología era la preparación de un pueblo para el regreso del Señor. Obsérvese la exposición de Jones sobre la justicia de Cristo:
Jones basó sus convicciones sobre la naturaleza de Cristo y su justicia, en las palabras de Jesús. Las mismas, en Juan 5:30, merecen una consideración cuidadosa, ya que frecuentemente son pasadas por alto:
¿Era correcto el razonamiento de Jones? En esas palabras de Jesús radica la semilla de verdad a partir de la cual se desarrolló el imponente árbol del mensaje de 1888. Aquí el Señor descubre la lucha interna en su carne y en su alma, que da significado y relevancia al término "justicia de Cristo" en relación con las necesidades de la humanidad caída. Ahí se encuentra la base para la declaración de Waggoner anteriormente referida: "toda su vida fue de lucha" (Christ and His Righteousness, p. 27). Jesús tenía que hacer constantemente algo que el impecable Adán jamás debió hacer: debía negar una voluntad interior ("mi voluntad") que estaba perpetuamente en potencial oposición con la voluntad de su Padre. Esa lucha llegó a un clímax en el Getsemaní, donde oró en agonía: "empero no como yo quiero, sino como tu" (Mat. 26:39). Una lucha interna tal solo es posible para Alguien que conocía "los clamores de nuestra naturaleza caída". Vista en esa luz, la victoria de Cristo vino a ser para Jones y Waggoner como una gloriosa justicia dinámica, el fruto de una lucha y conflicto más bien que el concepto tradicional de algo pasivo, divinamente heredado, y con facilidad natural. Captemos los puntos clave de las exposiciones de Jones sobre la gloriosa justicia de Cristo:
Jones encuentra un gran significado en la frase "en la carne" (Rom. 8:3), en referencia con la carne de Cristo. Cristo condenó el pecado en su carne, y lo condenó así en toda carne. Jones vio en la palabra semejanza mucho más que un parecido superficial, que camuflaría en realidad la idea de diferencia:
Ahora sigue el poderoso llamado evangélico en el que E. White basó su declaración de que "ese es el mensaje que Dios ha encomendado que se de al mundo":
Está bien claro que ese mensaje está basado enteramente en las Escrituras. Las mismas palabras de Jesús en los evangelios de Juan y Mateo, nos descubren la naturaleza de su propia lucha interna contra la tentación (Juan 5:30; 6:38 y Mat. 26:39). Tomó sobre sí una voluntad que tenía constantemente que ser negada a fin de seguir la voluntad de su Padre; y la intensidad de la lucha fue tal en Getsemaní, que sudó gotas de sangre. Pablo añade que se negó a sí mismo (Rom. 15:3). Lo anterior explica cómo fue enviado "en semejanza de carne de pecado, y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne" (Rom. 8:3). Pablo explica cómo nosotros "éramos siervos bajo los rudimentos (stoichea) del mundo. Mas...Dios envió su Hijo... hecho súbdito a la ley, para que redimiese a los que estaban debajo de la ley" (Gál. 4:3-5). Cristo fue enviado para resolver el problema del pecado allí donde éste radicaba, entrando en la esfera en la que esos poderes se habían atrincherado. Y habiendo invadido el territorio del enemigo, lo conquistó. Asumió la naturaleza humana caída que había sido invadida por los poderes del mal, y en territorio ocupado por el enemigo, ganó la victoria por nosotros. Ser "hecho súbdito a la ley" no puede significar de ningún modo ser súbdito de la ley judía ceremonial, ya que en ese caso sería a judíos literales a los únicos que hubiera venido a "redimir". "Súbdito a la ley" significa claramente la misma esfera que los "rudimentos del mundo" tal como los hemos conocido. Él conoció nuestro conflicto con la voluntad, y allí donde nosotros caemos, él venció. Nos reconcilió "en el cuerpo de su carne, por medio de muerte". "Despojando los principados y las potestades, sacólos a la vergüenza en público, triunfando de ellos en sí mismo" (Col. 1:22 y 2:15). El autor de Hebreos no escatima palabras para clarificar su significado. Solamente la maestría del enemigo en el engaño puede haber mantenido anublados esos conceptos inspirados durante casi dos mil años de historia:
Algunos han buscado un significado esotérico en una carta publicada de E. White, que supuestamente contradice el abundante énfasis del conjunto de sus dilatados escritos sobre el mensaje de la justicia de Cristo en semejanza de carne de pecado. Se trata de una advertencia dirigida a un oscuro evangelista de Nueva Zelanda a que fuera "extremadamente cauteloso" en cuanto a su forma de enseñar "la naturaleza humana de Cristo", en los siguientes términos:
Importantes factores guían nuestra comprensión de ese Testimonio: La cautela en relación con terminología descuidada, imprecisa o desordenada es una necesidad para todos nosotros. Ese es un tema vital que requiere exactitud en el empleo de las palabras inspiradas. Por ejemplo, no sería correcto decir que Cristo "tenía" una naturaleza pecaminosa, ya que esas palabras podrían fácilmente ser interpretadas "como diciendo más de lo que pretenden". La afirmación correcta es "Él tomó sobre su naturaleza sin pecado, nuestra naturaleza pecaminosa, a fin de que pudiese saber cómo socorrer a quienes son tentados" (E. White, The Medical Ministry, p. 181). La carta quiere decir exactamente lo que dice en su contexto. Pero no hay razón para tergiversarlo sacándolo de su contexto, para convertirlo en una condenación del mensaje de 1888 enseñado por Jones y Waggoner. De hecho, su autor dice virtualmente a W.L.H. Baker que estaría seguro si siguiese el ejemplo de Jones y Waggoner y permaneciese en las ajustadas y precisamente definidas expresiones de ellos. El que E. White y Waggoner empleasen terminología y sintaxis casi idéntica durante aproximadamente los siete años anteriores, evidencia lo dicho. Comparemos declaraciones paralelas de uno y otro, a propósito de la batalla de Cristo en la carne, ante la tentación, y su perfecta victoria:
La idea de que E. White hubiera podido escribir esa carta a Baker como una forma indirecta de corregir a Waggoner y Jones es disparatada para cuantos conocen el carácter franco y directo de ésta. E. White sabía bien cómo dirigirse a ellos en caso de haber querido corregirles en su enseñanza. En ninguna comunicación escrita hay evidencia de tal cosa. Nunca, a lo largo de su vida, intentó publicar esa carta. De hecho, no se ha publicado hasta 1950. Muy difícilmente habría obrado así, de haber considerado que la enseñanza de Jones y Waggoner había extraviado a la iglesia mundial. Prescott había estado visitando Australia poco tiempo antes de que fuese escrita la carta a Baker, y había predicado con claridad en las reuniones campestres de Armadale, en octubre, reuniones a las que E. White asistió. Su comprensión de la naturaleza de Cristo era virtualmente idéntica a la de Jones y Waggoner. Dijo E. White, a propósito de los sermones de Prescott:
Jones y Waggoner no presentaron nunca ante la gente a Cristo como un hombre con propensiones al pecado. El diccionario de inglés de Oxford explica la etimología de "propensión" a partir de la voz latina propendere: "pender o inclinarse hacia adelante o hacia abajo". Nuestra palabra "péndulo" se origina de la misma raíz. El término propensión implica una "respuesta a la gravedad". Connota definidamente acción, más bien que resistencia. Significa una participación real en el pecado. E. White utilizó esa palabra en un ejercicio de exquisita corrección lingüística. No es correcto igualar las propensiones al pecado con el hecho de que Cristo tomase nuestra naturaleza pecaminosa sobre su naturaleza impecable. Si bien somos "nacidos con propensiones inherentes a la desobediencia" (E. White, en Comentario Bíblico Adventista, vol. V, p. 1102) como pecadores, y por lo tanto, tenemos propensiones al mal, no es menos cierto que "no debemos retener una sola propensión pecaminosa" (Id., vol. VII, p. 954), a pesar de conservar una naturaleza pecaminosa. E. White no equiparó las "propensiones al mal" con las "tendencias" o "inclinaciones" que tiene nuestra carne "como resultado de la obra de la gran ley de la herencia", y que Cristo tomó sobre sí en su batalla con la tentación, de igual forma a como debemos pelearla nosotros. Declaró que Cristo debió "resistir la inclinación" (Id., p. 941). Aunque ciertos diccionarios no teológicos equiparan propensiones con inclinaciones, las raíces etimológicas son distintas, y en el caso de inclinaciones se significa especialmente el hecho de "sentir que se ejerce una gran presión sobre uno", sin implicar necesariamente una respuesta. Verdaderamente hay razón para ser cuidadosos, extremadamente cuidadosos. En todo caso, hubo tensión y se suscitaron cuestiones en la era de 1888, algunas de las cuales contribuyeron a obstaculizar la aceptación del mensaje salvífico de la gracia. Veamos la consideración que da Jones a una de esas cuestiones: "En Jesucristo encontramos a aquel cuya santidad es fuego consumidor para con el pecado... la pureza consumidora de esa santidad eliminará todo vestigio de pecado y pecaminosidad en todo aquel que encuentre a Dios en Jesucristo. Así, en su verdadera santidad, Cristo pudo venir, y vino a los hombres pecadores, en carne pecaminosa, allí donde están los hombres pecadores... Algunos han encontrado en los Testimonios -y está al alcance de todo quien la busque- la declaración de que Cristo no poseía "pasiones semejantes" a las que nosotros tenemos. La declaración está ahí, todos lo pueden constatar (Testimonies for the Church, vol. II, p. 509). No habrá problema para nadie, de principio a fin, con la condición de ajustarse con rigor a lo allí expresado, sin pretender ir más allá, ni proyectar significados ajenos" (General Conference Bulletin, 1895, p. 312). "Volviendo al asunto de que Cristo no tuviese ‘pasiones semejantes’ a las nuestras, vemos que a todo lo largo de las Escrituras él es como nosotros, y con nosotros según la carne... Fue hecho en semejanza de carne de pecado. Pero no vayamos demasiado lejos: fue hecho en semejanza de carne de pecado, no en semejanza de mente de pecado. No forcemos hasta ahí su mente. Su carne fue nuestra carne, pero la mente era ‘la mente... que tuvo Cristo Jesús’... (Fil. 2:5 KJV) Si él hubiese tomado nuestra mente, ¿cómo podría entonces habernos exhortado a tener la mente de Cristo’? ¡Ya la habríamos tenido anteriormente!" (Id., p. 327). Es evidente para toda mente libre de prejuicios, que lo que Jones estaba haciendo era sencillamente afirmar que Cristo "ni siquiera por un momento" cedió o consintió en la participación en el pecado. Empleó la palabra "mente" en la más noble connotación paulina, esto es, la de un propósito o elección. Hemos de ser capaces de mirar por encima de la confusión originada por las controversias de nuestros días, para poder apreciar el sencillo encanto del mensaje de 1888 en su original belleza. Algunas noches, tras asistir a las reuniones de reavivamiento mantenidas posteriormente a Minneapolis, E. White sentía un gozo tal, que era incapaz de conciliar el sueño. El Espíritu Santo estaba trabajando en los corazones de los jóvenes del Colegio, por medio de las exposiciones de la justicia de Cristo: "En el Colegio hubo reuniones que fueron de un intenso interés [si la justificación por la fe no resulta interesante, ¡algo falla!]... la vida cristiana, que les había parecido antes poco atractiva y llena de inconsistencias, aparecía ahora en su verdadera luz, en marcada simetría y belleza. Aquel que les había parecido anteriormente como una raíz muerta extraída de un secadal, sin forma ni encanto, se hizo el ‘señalado entre diez mil’, y ‘todo él deseable’" (Review and Herald, 12 de febrero de 1889). Concluyendo su presentación de la justicia de Cristo "en semejanza de carne de pecado", Waggoner dirige este poderoso llamamiento al corazón: "Pero alguien dirá: ‘no veo en ello nada reconfortante para mí. Ciertamente dispongo de un ejemplo, pero no soy capaz de seguirlo, ya que carezco del poder que Cristo tenía. Él continuó siendo Dios mientras estuvo en la tierra; yo no soy más que un hombre’. Sí, pero puedes tener el mismo poder que él tenía, si así lo deseas. Él ‘llevó nuestras enfermedades’, sin embargo, ‘no pecó’... Por lo tanto, cobren ánimo las almas débiles, cansadas, oprimidas por el pecado. Que se lleguen ‘confiadamente al trono de la gracia’ [Heb. 4:16] donde pueden tener la seguridad de encontrar gracia para el oportuno socorro en tiempo de necesidad, porque esa necesidad es sentida por nuestro Salvador, precisamente en el tiempo oportuno. Él se puede ‘compadecer de nuestras flaquezas’ (Heb. 4:15)" (Christ and His Righteousness, p. 29). ¡Ciertamente, también hoy debiéramos sentir la "necesidad de presentar a Cristo como al Salvador que no está alejado, sino cercano, a la mano"!
http://www.libros1888.com/1888.htm
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